El combate del dios Ninurta contra el temible Asakku

Ninurta, el poderoso dios guerrero hijo de Enlil, rey de los dioses, residía en el palacio del Ekur junto a su padre. Irradiaba una potente luz a través de sus ojos, era tan alto y fuerte como Enki e incluso rivalizaba con An y Enlil a la hora de beber. 

Un día, cuando Ninurta celebraba un banquete junto a los dioses, Sharur, su maza alada con cabeza de león, le advirtió de un gran peligro: en el este, el terrible Asakku, hijo de la tierra, había reunido un enorme ejército de rocas y había sometido con él numerosas ciudades en la comarca de la Montaña. Allí, el Asakku, de rostro agresivo y dientes de tiburón, se había hecho erigir un trono desde el cual gobernaba a los aterrorizados habitantes de la comarca y desafiaba al propio Ninurta. Enfurecido por la noticia de Sharur, el dios lanzó un grito tan potente que la tierra se estremeció y el cielo se cubrió de tinieblas. Cuando Ninurta se golpeó el muslo con el puño, asustados, los demás dioses huyeron como corderos del palacio del Ekur.

Poseído por una furia incontrolable, Ninurta se puso en pie, y su cabeza llegó a tocar el mismo cielo. Reunió a los ocho vientos y se armó con su maza y su jabalina. Entonces marchó al este, cubriendo cincuenta largas leguas con cada una de sus zancadas. Ya en la comarca de la Montaña, Ninurta desató un terrible cataclismo contra sus enemigos e incendió la tierra haciendo llover brasas y relámpagos del cielo. La tierra abrió sus entrañas y el río Tigris se arremolinó turbulento, cenagoso y pútrido. Ninurta exterminó a numerosos monstruos con su poder, entre los cuales se encontraban el Musmón de seis cabezas, el Anzu y el Rey palmera. Sin embargo, el dios no pudo dar muerte al Asakku, pues éste aguardaba su llegada refugiado en la propia Montaña.

Decidido a combatir contra el Asakku, Ninurta ordenó a su maza y su jabalina que se deslizaran hasta su cintura y asió su lanza y su escudo. A continuación, se dirigió con ardor hacia el campo de batalla, paralizando de terror al cielo y la tierra. El arma Sharur intentó detener a su señor, pues temía por su vida, pero Ninurta estaba decidido a exterminar al Asakku. La propia Montaña se derrumbó ante la marcha de los regimientos del dios, y cuando éste asió su garrote, el sol y la luna abandonaron sus puestos y el día se volvió negro como la noche.

El Asakku se lanzó entonces contra Ninurta, echando mano al cielo y blandiéndolo como una maza. El monstruo reptaba por la tierra como una repulsiva serpiente. Sudaba en abundancia por sus flancos. A su paso, removió la superficie de la tierra e incendió los cañaverales, y el cielo se veló de sangre. Profiriendo espantosos gritos guturales, se abalanzó entonces sobre Ninurta y lo aprisionó envolviéndolo en oscuridad. Sin embargo, mientras Ninurta estaba prisionero, el arma Sharur atravesó las tinieblas para llevarle un mensaje de ánimo del dios Enlil. Reconfortado por las palabras de su padre, Ninurta aulló como un huracán: recuperó sus fuerzas, se liberó de la oscuridad que lo ataba y volvió a enfrentarse a su enemigo.

Aunque el Asakku se guareció en el interior de una fortaleza, Ninurta logró atraparlo. El dios debilitó el brillo sobrenatural que protegía a su enemigo como si se tratara de una coraza, y entonces, enfurecido, castró al Asakku y partió su cuerpo en pedazos antes de comprimirlo como el adobe. 

Tras el combate, Ninurta maldijo a las piedras que habían servido al Asakku otorgándoles destinos desfavorables. Estableció después las crecidas del Tigris para que regaran la tierra al desbordarse e hizo nacer frondosos jardines y huertos en la tierra. Henchido de orgullo, Enlil, padre de Ninurta y rey de los dioses, se acercó a su hijo y lo bendijo por sus acciones. Utu, el dios del sol que todo lo ve, lo felicitó por su victoria, y los demás dioses se postraron a sus pies y le aplaudieron.




Fuentes:
Lugal-e:
BOTTÉRO J. Y KRAMER S.N. (Ed.) (2004): Cuando los Dioses Hacían de Hombres. Mitología Mesopotámica. Madrid. Akal.  





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sábado, 11 de enero de 2014

El combate del dios Ninurta contra el temible Asakku

Ninurta, el poderoso dios guerrero hijo de Enlil, rey de los dioses, residía en el palacio del Ekur junto a su padre. Irradiaba una potente luz a través de sus ojos, era tan alto y fuerte como Enki e incluso rivalizaba con An y Enlil a la hora de beber. 

Un día, cuando Ninurta celebraba un banquete junto a los dioses, Sharur, su maza alada con cabeza de león, le advirtió de un gran peligro: en el este, el terrible Asakku, hijo de la tierra, había reunido un enorme ejército de rocas y había sometido con él numerosas ciudades en la comarca de la Montaña. Allí, el Asakku, de rostro agresivo y dientes de tiburón, se había hecho erigir un trono desde el cual gobernaba a los aterrorizados habitantes de la comarca y desafiaba al propio Ninurta. Enfurecido por la noticia de Sharur, el dios lanzó un grito tan potente que la tierra se estremeció y el cielo se cubrió de tinieblas. Cuando Ninurta se golpeó el muslo con el puño, asustados, los demás dioses huyeron como corderos del palacio del Ekur.

Poseído por una furia incontrolable, Ninurta se puso en pie, y su cabeza llegó a tocar el mismo cielo. Reunió a los ocho vientos y se armó con su maza y su jabalina. Entonces marchó al este, cubriendo cincuenta largas leguas con cada una de sus zancadas. Ya en la comarca de la Montaña, Ninurta desató un terrible cataclismo contra sus enemigos e incendió la tierra haciendo llover brasas y relámpagos del cielo. La tierra abrió sus entrañas y el río Tigris se arremolinó turbulento, cenagoso y pútrido. Ninurta exterminó a numerosos monstruos con su poder, entre los cuales se encontraban el Musmón de seis cabezas, el Anzu y el Rey palmera. Sin embargo, el dios no pudo dar muerte al Asakku, pues éste aguardaba su llegada refugiado en la propia Montaña.

Decidido a combatir contra el Asakku, Ninurta ordenó a su maza y su jabalina que se deslizaran hasta su cintura y asió su lanza y su escudo. A continuación, se dirigió con ardor hacia el campo de batalla, paralizando de terror al cielo y la tierra. El arma Sharur intentó detener a su señor, pues temía por su vida, pero Ninurta estaba decidido a exterminar al Asakku. La propia Montaña se derrumbó ante la marcha de los regimientos del dios, y cuando éste asió su garrote, el sol y la luna abandonaron sus puestos y el día se volvió negro como la noche.

El Asakku se lanzó entonces contra Ninurta, echando mano al cielo y blandiéndolo como una maza. El monstruo reptaba por la tierra como una repulsiva serpiente. Sudaba en abundancia por sus flancos. A su paso, removió la superficie de la tierra e incendió los cañaverales, y el cielo se veló de sangre. Profiriendo espantosos gritos guturales, se abalanzó entonces sobre Ninurta y lo aprisionó envolviéndolo en oscuridad. Sin embargo, mientras Ninurta estaba prisionero, el arma Sharur atravesó las tinieblas para llevarle un mensaje de ánimo del dios Enlil. Reconfortado por las palabras de su padre, Ninurta aulló como un huracán: recuperó sus fuerzas, se liberó de la oscuridad que lo ataba y volvió a enfrentarse a su enemigo.

Aunque el Asakku se guareció en el interior de una fortaleza, Ninurta logró atraparlo. El dios debilitó el brillo sobrenatural que protegía a su enemigo como si se tratara de una coraza, y entonces, enfurecido, castró al Asakku y partió su cuerpo en pedazos antes de comprimirlo como el adobe. 

Tras el combate, Ninurta maldijo a las piedras que habían servido al Asakku otorgándoles destinos desfavorables. Estableció después las crecidas del Tigris para que regaran la tierra al desbordarse e hizo nacer frondosos jardines y huertos en la tierra. Henchido de orgullo, Enlil, padre de Ninurta y rey de los dioses, se acercó a su hijo y lo bendijo por sus acciones. Utu, el dios del sol que todo lo ve, lo felicitó por su victoria, y los demás dioses se postraron a sus pies y le aplaudieron.




Fuentes:
Lugal-e:
BOTTÉRO J. Y KRAMER S.N. (Ed.) (2004): Cuando los Dioses Hacían de Hombres. Mitología Mesopotámica. Madrid. Akal.  





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