Antes del
gran diluvio, cuando los primeros hombres comenzaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra, los
Vigilantes, hijos de Dios, observaban la tierra desde el cielo. Cuando contemplaron a las hijas de los hombres,
desearon engendrar hijos con ellas. Así pues, animados por
su líder, el ángel Shemhazai, los Vigilantes descendieron de los cielos y se
unieron con las mujeres de la tierra, a las que corrompieron y volvieron vanidosas. También enseñaron a los hombres a forjar armas y
combatir entre ellos, causando así cruentas guerras y masacres.
Con las
mujeres, los Vigilantes engendraron a los Nephilim, violentos gigantes de más
de tres mil codos de altura que obligaron a los hombres a sustentarlos. Los voraces
Nephilim devoraron el trabajo de los hombres hasta que éstos ya no fueron
capaces de abastecerlos. Entonces, poseídos por un hambre atroz, los gigantes comenzaron a matar y devorar a los humanos y a todos los seres vivos
de la tierra. Cuando los
gritos de los hombres, que estaban siendo brutalmente aniquilados, llegaron al cielo, Dios
decidió destruir a los Nephilim. Para
exterminarlos, planeó abrir las compuertas del cielo y las
fuentes del abismo de modo que el agua cubriera la tierra y acabara con todo ser viviente. No obstante, para que la
raza humana no pereciera bajo las aguas, los ángeles construyeron un refugio de
madera para la familia de Noé, hijo de Lamec, cuya descendencia habría de repoblar el mundo tras el diluvio.
Tras
destruir a los Nephilim desatando el diluvio universal, Dios ordenó al arcángel
Miguel que encadenara a los Vigilantes al
oeste, en un valle repleto de violentas corrientes de agua, para toda la eternidad.
Fuente:
El libro de los Vigilantes, Evangelio de Enoc.
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