«No pienses jamás que yo, por temor a un decreto de Zeus, me voy a hacer de ánimo débil y voy a rogar con insistencia a ese ser al que tanto odio, con mis palmas levantadas, que me libere de estas cadenas.»
«Que contra mí se precipite el rizo de doble filo de fuego, y que el éter se vea perturbado por el trueno y la furia de salvajes vientos, y que el viento remueva la tierra desde sus cimientos con sus propias raíces, que el oleaje del mar con ronco fragor confunda los caminos de los astros celestiales, que levante mi cuerpo y lo precipite al tenebroso Tártaro con los torbellinos crueles de Ananké. No podrá acabar conmigo en ningún caso.»
«Se cumplirá enteramente la maldición de su padre, Cronos, que profirió al ser derrocado de su antiguo trono. Un modo de evitar tales desgracias ninguno de los dioses, excepto yo, podría mostrarle con claridad. Yo esto lo sé, y de qué manera. Ante esto, y sin temor, que continúe sentado confiado en sus truenos allá en lo alto y blandiendo en sus manos el dardo que exhala fuego. Pues nada de eso le será suficiente para evitarle caer ignominiosamente con caída insufrible. Tal rival ahora se está preparando él contra sí, prodigio invencible, el cual hallará una llama más poderosa que el rayo y un fuerte estruendo que supere al trueno y una calamidad marina que sacuda la tierra, la cual hará añicos el tridente lanza de Poseidón. Cuando se estrelle contra esta desgracia aprenderá cuán distinto es mandar y ser esclavo.»
Esquilo, Prometeo Encadenado, siglo V a.C.
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